CANTO DEL CAUTIVO
Aquí jamás se siente el frío.
El bosque siempre su verdura ostenta,
y desde el mar hasta el ramaje umbrío,
llega la brisa fresca que lo alienta.
Y es tal la paz, tan grande y permanente,
que al zumbar del insecto, interrumpe
el rugir de la tormenta.
A veces, cuando, envuelta en negro manto
la sombra de la luz pasa la raya,
se escucha el dulce y prolongado canto
que las conchas entonan en la playa.
Es tanto que la flor en la espesura,
unida por su amor al aura pura,
constantemente va, por donde ésta vaya.
Mirad como las olas, hacia el cielo
dirigen su rizada cabellera,
y con marcha veloz y raudo vuelo
cruza el profundo mar, nave ligera,
y en la noche cubierta de esplendores,
brotan fosforescentes resplandores
del seno de las ondas hacia fuera.
Corre, ven a salvarnos, nave amiga;
Cambia de mala en buena, nuestra suerte;
Aquí nos hiere y mata la fatiga,
el presidio es más triste que la muerte.
No nos falta la fe, ni la constancia,
y si un día volviésemos a Francia,
sería para luchar con brazo fuerte.
El fuego del combate nos inflama,
la libertad al bueno presta ardor,
y la batalla a todos, hoy nos llama,
a los desheredados el clamor...
A la sombra la aurora ha confundido,
y un mundo surge de verdad y amor.
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